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domingo, 7 de junio de 2009

Cantidades de comida


Yo también te entiendo. Es frustrante ver cómo la gente a tu alrededor come cantidades ingentes de comida y tan tranquila, y tú, con la mitad te has llenado y encima se te pega en todas las partes de tu anatomía... Es desalentador. Yo también he comprobado que me va mejor comer cantidades más pequeñas. De hecho, yo de niña comía muy poco, o al menos de eso se quejaba todo el mundo. A partir de los 7 años algo cambió en mi metabolismo y comencé a comer "bien" y a engordar.


Es muy distinto la cantidad que los demás opinan que hemos de comer y la que realmente necesitamos. Esto lo veo cuando voy a comer a casa de según qué familiares. Si no comes un plato hasta arriba de lo que sea, es que no comes suficiente. Pues pinta de desnutrida no tengo, creo yo. Es curioso cómo cuando como en casa de mi familia el mensaje es "no comas tanto" pero si como en casa de mis suegros lo que escucho es "¿Seguro que no quieres más?"


Nuestra generación fue marcada por una generación de madres que creían que si no nos atiborraban de comida nos íbamos a morir de hambre o poco menos. Así, aprendimos a comer cantidades más grandes de las que realmente necesitamos. Metabolismos más activos lo pueden soportar, pero los nuestros... pues se ve el resultado en los michelines.


Por eso, más que hacer dieta busco reencontrarme con ese instinto que me dice "basta, no necesitas comer más". Sé que en vacaciones cojo peso porque me pongo nerviosa cuando estoy fuera de casa, me embalo, y para cuando me doy cuenta me como todo lo que tenía en el plato (que es otra de las conductas que tenemos grabadas en el disco duro) o lo que había en la bandeja de picar, o lo que sea. Me paso con la cantidad.


Por eso se recomienda comer despacio, para que la sensación de saciedad llegue al cerebro a tiempo. Como tarda un poco, si comes muy rápido, para cuando llega ya te lo has comido todo y has metido mucho más de lo que necesitabas.


Mira, comimos un día en casa de unos familiares. Pusieron para picar y de primero una ensaladilla que ya vino servida de la cocina. Era un plato con una ración inmensa. Me lo comí todo. Estaba bueno, pero igual no hubiera necesitado tanto. Sirvieron el segundo plato, pollo asado. Iba a comer cuando mi hija se despertó de la siesta y la tuve que coger, estar con ella, etc. Para cuando pude volver a la mesa, fui consciente de que no necesitaba comer más, ya estaba llena. Así que pude decir basta y dejar lo que tenía en el plato.


Ahora se trata de volver a la rutina con las cantidades que realmente necesito. Poco a poco lo estoy haciendo y parece que la báscula lo nota. Así fue al menos hace un par de mañanas. Lento, pero seguro.


Más que por eliminar los kilos, luchamos por eliminar un montón de convencionalismos sociales que tenemos grabados en el disco duro. Parafreaseando aquel anuncio no nos pesan los kilos, sino la cantidad de piedras que llevamos a la espalda en nuestra mochila emocional.

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